"Si con llenar plazas se ganaran las elecciones, Andrés Manuel López Obrador sería sin duda el próximo presidente de México. Para su cierre de campaña, el PRD logró llenar el Zócalo capitalino y se respiraba un ambiente de victoria entre las huestes vestidas de amarillo. Sin embargo, falta el último “trámite”, la votación, y podría haber sorpresas a favor del conservador Felipe Calderón.
Cuando logré llegar al Zócalo, después de avanzar con mucha dificultad por la calle Madero, en medio de la multitud, me acordé de las elecciones de los años 80 y 90, cuando el PRI se jactaba de llevar a cada vez más ciudadanos a sus actos electorales, como si la plaza fuera extensible. Cuando Carlos Salinas era el candidato, en 1988, los organizadores del partido aseguraron haber reunido a 600.000 personas. Ahora el PRD habla de 300.000. En ambos casos, son cifras totalmente fantasiosas, porque ahí, todo el mundo lo sabe, no caben ni 100.000 personas, lo que sigue siendo una cantidad impresionante. Lo que era un ritual priista —el candidato oficial tenía la victoria asegurada, cualquiera que fuese la voluntad popular y el tamaño de la manifestación— se ha convertido ahora en una demostración de fuerza del PRD, que sigue confundiendo la movilización en la calle con la votación en las urnas.
Con su gigantesca concentración, abultada por el acarreo de miles de personas humildes de todo el país —ahí estaban estacionados decenas de autobuses de Michoacán, Guerrero y de otros estados de la Federación— los dirigentes del PRD han conseguido el efecto mediático que perseguían y han enviado el mensaje arrollador que querían transmitir: un candidato que mueve a tanta gente no puede perder las elecciones y, si las pierde, es que hubo fraude. La mayoría de los medios, incluyendo los que teóricamente son favorables al PAN, se han prestado al juego y dan de López Obrador la imagen de un candidato invencible. En la portada de algunos periódicos no hay una sola alusión a los cierres de campaña de Calderón y de Madrazo, mientras el acto del Zócalo y las declaraciones triunfalistas del candidato del PRD ocupan todo el espacio. Esto no significa necesariamente que esos medios deseen la victoria de López Obrador, pero la ven como algo ineluctable. Ahí entra también el efecto distorsionante del Distrito Federal, que impide ver el resto del país, donde las tendencias electorales son bastante distintas.
Acabo de recorrer algunos estados de la Federación y he notado que el candidato que provoca más rechazo es, sin duda, López Obrador. Sin embargo, es al mismo tiempo el que suscita más entusiasmo entre sus partidarios. Calderón y Madrazo no logran crear la misma complicidad emocional con sus seguidores. Es la diferencia entre el hombre providencial y los candidatos de carne y hueso. El primero no tiene que decir cómo va a manejar el país porque sus huestes no le exigen explicaciones detalladas. Se conforman con sus arengas a favor de los pobres y en contra de “los de arriba”. Es un acto de fe. En la orilla del Zócalo, vi a una indígena que llevaba un retrato enmarcado de López Obrador, con este mensaje: “Ruega por nosotros”. En cambio, la relación con los otros candidatos apela menos a la emoción y más a la razón, lo que no significa que la gente conozca más los programas, sino que desconfían de las aventuras y de las promesas sin respaldo concreto para acabar con la pobreza. López Obrador es el candidato de los más jodidos, pero muchos pobres están también con el PRI por tradición y, en mucha menor medida, con el PAN por convicción.
El otro factor que podría perjudicar al PRD es su afán por buscar tránsfugas del PRI, en particular entre los que fueron sus enemigos acérrimos, desde el mapache José Guadarrama en Hidalgo hasta el ex gobernador de Chiapas, Roberto Albores, y el gran “alquimista” Manuel Bartlett, que supuestamente le robó la victoria a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Estos movimientos han provocado inconformidad entre los militantes del PRD que vienen de la izquierda, pero no tanto entre los que surgieron del PRI a finales de los 80. “No es importante de dónde viene, pero sí dónde quiere ir”, dice el presidente del PRD en Hidalgo, el profesor Luciano Cornejo, que atribuye esta frase a Heberto Castillo. Cornejo fue a buscar a José Guadarrama con el objetivo de “quebrar la hegemonía del PRI”. Guadarrama, también maestro rural, tiene fama de “experto” electoral y ha sido acusado por el PRD de haber organizado los fraudes en Michoacán y Yucatán en la época de Salinas. Ahora, Guadarrama está al servicio del PRD. Sin pertenecer al partido, es uno de sus candidatos a senador y ha contribuido al aumento sustancial de la votación a favor del PRD en las elecciones locales anteriores. Su acción no se limita a Hidalgo, como lo reconoce él mismo en el transcurso de una conversación de su casa en Pachuca: “Yo he participado en el diseño integral de varias campañas, con Lázaro Cárdenas en Michoacán o con Amalia García en Zacatecas”. Finalmente, no queda tan claro que la polémica inclusión de desertores del PRI haya perjudicado hasta ahora al PRD, por lo menos en términos de resultados electorales.
Hay, sin embargo, una variable que podría jugar a favor del candidato del PAN, además de unas encuestas confidenciales de este partido que dan la victoria a Felipe Calderón. La gente que vota por los candidatos de derecha no es muy dada a los mítines y se limita a expresar sus preferencias políticas en el momento de depositar su voto en la urna. Y esto no ocurre solamente en México. En cambio, los simpatizantes de izquierda participan fácilmente en las grandes movilizaciones, pero no todos van a votar, a menos que los militantes del partido de su predilección los vayan a buscar casa por casa. El PRD tiene esta capacidad en la capital y en unos pocos estados, pero no la tiene en el resto del país, donde su presencia es aún muy débil. Si gana López Obrador, no será por haber llenado las plazas, sino porque la gente está desesperada por su situación económica y quiere un cambio radical. Esto lo sabremos el domingo 2 de julio, cuando los mexicanos escogerán entre continuidad y alternancia, razón y emoción.
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