Se escucha atractiva la campaña del voto en blanco. Es persuasivo el argumento de que los políticos se merecen una patada en el trasero y que entiendan que no nos gusta lo que están haciendo. Que las campañas apenas empiecen a mostrar candidatos, propuestas y programas, no es algo que se esté tomando en cuenta. Frente al circo que nos han montado desde hace tiempo los políticos, la descalificación a priori tiene plena justificación moral y, alegan los defensores del voto en blanco, también política.
El argumento es que si la gente va a votar en blanco muestra que está ejerciendo su derecho ciudadano, que incluye el repudio de quienes aspiran a un puesto de elección popular, cuyos destinatarios finales son los partidos. Como alegan los proponentes de esta campaña, se trata de que los políticos tengan su merecido, se den cuenta del repudio popular y que el castigo alcance tal proporción que igual, a lo mejor hasta cambian su cromosoma político. Entonces, ¿todos a votar en blanco? El elector es dueño de su voluntad en la soledad de la urna y de su decisión.
Votar en blanco es un ejercicio que quizás a muchos enriquezca el espíritu y se vayan a acostar el 5 de julio profundamente reconfortados. Pero si uno entiende cómo operan el sistema político y los partidos, e inscribe ese conocimiento al día de las elecciones, comprenderá que es absolutamente inútil. El voto en blanco, desde el punto de vista técnico-político, no cuenta. Como dice María de las Heras, directora de Demotecnia, una de las principales casas encuestadoras, a diferencia de los partidos, el voto en blanco no cuenta con ningún representante en las casillas que lo defienda. O sea, si el voto en blanco se muere en la urna o hacen de él lo que quieran los partidos, no habrá nadie que de un gritito por él.
El voto anulado corre por una vía similar. Muchas veces se da el voto anulado por la ignorancia del votante -que cruza fuera del recuadro (eso le costó la Presidencia a Al Gore en las urnas de Florida en 2000), que tacha dos que compiten por el mismo cargo, que escribe alegorías o mentadas de madre-, o porque como hay casillas satélite o en ocasiones se dividen en dos, las autoridades electorales tienen que entregar más boletas de las que el padrón de esa casilla establece, porque es imposible saber cuántos que no pertenecen a esa casilla sufragarán ahí, o de qué lado de la fila se van a formar. Igual sucede cuando se vota por alguien que no está registrado como candidato, como tantas veces sucedió con Mario Moreno “Cantinflas”, pues esos votos pasan a la categoría de no contabilizados.
El propósito de quienes desean votar en blanco empezó como una campaña de grupos conservadores, alimentada por algunos medios que detrás de ellos tienen intereses económicos que desde hace más de tres años han querido comprar un partido político y colocar a su Presidente. Esta semana se han sumado voces que están muy lejos de ese pensamiento conservador, claramente motivadas por el fastidio que les ha dado la política, de cuyo entorno, si bien no electoral, también son co-partícipes. El problema en ambos casos es que votar en blanco no necesariamente va a cumplir con el objetivo que buscan, que es el del rechazo a los políticos, sino que puede, inclusive, tener un final tan diferente al románticamente ambicionado, que se ubique en el extremo opuesto.
No sería la primera vez que haya votos en blanco, aunque sí es la primera vez que se haya desatado una campaña masiva creciente a favor de esa opción. Quien conoce las entrañas político-electorales, sabe que los votos en blanco han sido material de repartición en las casillas electorales en elecciones pasadas. Aunque no en forma generalizada, lo que ha sucedido en esas ocasiones, particularmente en casillas estratégicas, es que cuando se dieron casos abultados de votos en blanco, los representantes de los partidos llegaron a acordar, una vez cerrada la casilla, repartirse equitativamente los votos blancos. De esa manera, no se abulta la votación del padrón de la casilla y los partidos salen con más votos. El propósito está directamente relacionado con las prerrogativas, donde el dinero público es repartido en función del número de votos que obtiene cada partido. Para este año, el negocio de los partidos significó una erogación ciudadana de más de 3 mil 300 millones de pesos.
Los votos en blanco también son presas de los mejores operadores políticos. ¿Alguien ha tenido el cuidado de revisar las firmas de quiénes abren las casillas y quiénes las cierran? Quienes conocen de los vastos recursos de los operadores electorales saben que hay casillas donde los representantes de los partidos se van antes del cierre o salen a comer mientras les “cuidan” la casilla antes de comenzar a contar. Se valen de la ingenuidad o la falta de malicia, razón por la cual las votaciones más volátiles se encuentran en las zonas donde los niveles de educación política y educación general, son menores. ¿Cuál habría sido el resultado de las elecciones presidenciales en 1994, cuyas boletas, por decisión de todos los partidos, no se hubieran quemado y se hubieran podido revisar? ¿Cuál el de las elecciones de 2006 si hubieran existido los recursos legales -que aún no existen- para un recuento total de votos?
Votar en blanco ayudará a los mapaches electorales. Pocos parecen darse cuenta de lo que está sobre la mesa. Que esta elección no es por votos sino por diputados, y que la conformación del Congreso no depende del número de votos sino de porcentajes. El voto en blanco es un recurso existencial, pero no político, y es un regalo para los partidos. Qué ironía, pero el camino al infierno también está marcado con las pisadas de los ingenuos.