"Hace tiempo que Tomás de Aquino cayó en desgracia en Roma por sostener que sin la experiencia del placer aquí abajo, el banquete celestial carecería de sentido. Aristotélico, el sabio de Aquino predicó que la meta de la vida es la felicidad, en una Iglesia enfrascada ya -Trento mediante- en el apagón cultural que supuso la Inquisición, la quema de Giordano Bruno, el proceso a Galileo y las persistentes execraciones de cada descubrimiento que favoreciera el bienestar de la humanidad. Como espetaron a Franklin cuando inventó el pararrayos: "Si Dios decide castigar al mundo, quién eres tú para impedírselo".
Hasta las reformas del Concilio Vaticano II, en los años sesenta del siglo pasado, la Iglesia romana representó el pecado en la mujer, un ser tentador, inquietante. Vestigios de san Agustín, que sin embargo había conocido a muchas y preñado a alguna antes de hacerse obispo de Hipona. Suya es la idea de la tentación insoportable. "Expulsad a las prostitutas, y toda la ciudad se verá sacudida por el libertinaje", dijo.
Lo curioso es que, hasta ese apagón inquisitorial, el sexo y el celibato eran asuntos sin importancia para los cristianos. Jesús se rodeó de mujeres y de apóstoles casados, y es abrumador el número de jerarcas, incluso famosos pontífices romanos, que tuvieron hijos. Enciclopedias serias sobre el acto sexual incluyen un modo coital denominado "la postura del misionero", en referencia a los clérigos que acompañaron a James Cook en la conquista de Samoa.
Por eso la imposición de la ley del celibato, ratificada por el Concilio de Letrán, en 1123, causó tanta conmoción e ira. La mitad de la Iglesia, llamada oriental, no asumió el mandato, y parecía que el Vaticano II, con Juan XXIII a la cabeza, iba a cancelarlo también en la Iglesia latina, dejando el celibato como una opción libre. Lo frustró la precipitada muerte del revolucionario pontífice.
Es entonces cuando empieza la sangría clerical en España, con más de 50.000 religiosos -entre curas, monjes y monjas- colgando los hábitos, con gran sobresalto en Roma. Entre los primeros estuvo Jesús Aguirre, futuro duque de Alba y autor del libro Sermones de España, de 1971. "La libertad no se da, se toma", dijo citando a Unamuno cuando decidió colgar la sotana. Se casó con la duquesa el 16 de enero de 1978. Le preguntaron entonces si se había reducido al laicado antes de dar el paso. "Yo no me reduzco; yo me extiendo al laicado", replicó Aguirre."
Como bien dice Enrique Krauze, la historia cuenta, y estudiar el miedo de la Iglesia Católica al cuerpo humano explica mucha cosas, pero no las justifica.
1 comentario:
Ok, como diria una amigo "no te hagas frootiloopis el cerebro", me confieso como una catolica (y muy feliz)los rituales me son muy agradables... pero (y siempre lo hay) despues de experiencias en una escuela de religiosas, un grupo de jovenes y 5 años de universidad (tomando la materia dse filosofía de la religiones y leyendo el Coran) el problema más grande la Iglesia Católica no es la doctrina (cualquiera puede tomar una Biblia y corregirme si me equivoco) sino las personas y como interpretan las escrituras, el resumen del Nuevo Testamneto es que Jesus vino a crear un Nuevo Pacto entre Dios y el hombre y que en ese pacto la idea básica era ser buena gente, no pasarse de lanza con el vecino, llevarla en paz. Llevo años creyendo que uno de los problemas más grandes de la humanidad es que no se respeta al otro y el tener que meterse en todo lo que no les importa. Si un gay quiere ser secerdote que lo sea, lo único que le pido (y eso sería a cualquiera que quiera ser sacerdote) es que lo sea de vocación. Hay que buscar el ser feliz y no ver como el otro falla.
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