Así titula el siempre sagaz Christopher Domínguez Michael su columna de este domingo en el suplemento cultural El Ángel, del periódico Reforma. Escribe:
"Prefiero equivocarme con Sartre que acertar con Aron", decía una expresión coloquial de la izquierda francesa en los años 70 del siglo pasado. En este 2005 - que celebra el 14 de marzo el centenario de Aron y el 21 de junio el de Jean-Paul Sartre - el dicho ya debería haber quedado archivado en los anales de los tristemente célebre, de no ser por la obcecación con la que algunos siguen defendiendo "el derecho al error" de un rebelde como Sartre frente al escepticismo liberal de Aron.... Ya la posteridad tendrá tiempo de decidir si erramos o andamos, pero a principios del siglo XXI resulta generalmente inadmisible aceptar a las escuelas de pensamiento que dieron cobertura moral y política a los regímenes que hicieron su razón de ser de la destrucción sistemática de la persona. Por ello causa cierta náusea observar las piruetas teleológicas y escatológicas de las que Sartre y Maurice Merleau-Ponty se sirvieron para justificar los campos de concentración soviéticos.
Tocó a Aron, condiscípulo y amigo de Sartre desde la temprana juventud hasta la fundación de Les Temps Modernes en 1946, ser la némesis del filósofo existencialista, una suerte de mala conciencia que se va apoderando del tránsito sartreano hasta ensombrecerlo. Tras someter lo que brillaba al tratamiento de la oscuridad, Aron logró destacar, en el existencialismo de Sartre, sus nobles orígenes, sus esperanzas humanistas, sus crímenes teológicos. A Aron le tocó ser testigo, como estudiante de filosofía en Alemania, de la destrucción de la República de Weimar en manos del nazismo. Esa experiencia le permitió comenzar, en 1931, la comparación morfológica entre el nazismo y el stalinismo, empresa indispensable para arrojar luz sobre el siglo.
En la primavera de 1945, los altos mandos nazis huían hacia el Oeste, ansiosos de entregarse a los aliados, pues sabían con qué vara los mediría el Ejército Rojo. Pocos años después, desde las terrazas de Saint Germain des Près, Sartre, tras intentar alguna tercera vía, elegía al comunismo soviético como el único futuro más o menos digno de habitarse. Aron, cercano al general De Gaulle, tomó partido por Estados Unidos y por las democracias occidentales, por cuya singularidad histórica decidió apostar su propio destino. Este liberal francés, heredero de Monstesquieu y de Tocqueville se quedó solo en una escena intelectual francesa donde no ser, al menos, compañero de viaje de los comunistas, era un pecado mortal. Pero Aron sabía que sus lectores estaban en la izquierda y a lo largo de 30 años y 3 mil artículos, decidió ser la mala conciencia del marxismo, autor de libros capitales como L ´Opium des intelectuels (1955) y Marxismes Imaginaires (1968)....
Cuando el general De Gaulle parecía un loco en una colina al frente de la Francia Libre en Londres, Aron fue el primero de los intelectuales franceses en ponerse a sus órdenes. Eso en 1940, cuando la claudicación ante la victoria alemana era la regla y no la excepción....
En la fracasada síntesis sartreana, vio Aron una contradicción muy filosófica y muy moderna, la de querer ser discípulo de Kierkeggard y de Marx al mismo tiempo... En otros ámbitos a Aron no le importó compartir las ideas de la izquierda ni ser víctima, por ello, de las persecuciones de los ultranacionalistas... No le tocó presenciar la caída del Muro de Berlín en 1989 y corroborar que la Historia había preferido acertar con Aron."
domingo, mayo 08, 2005
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1 comentario:
Fanatismo.
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