En México, los artistas se precian de ser de izquierda, es decir generalmente anti capitalistas, ya que el PRD se afana más por defender los monopolios públicos que la libre competencia. Recordemos además como la intelligentsia artística ha luchado por tener privilegios fiscales por el solo hecho de ser creadores. ¿Que un profesor no es creador? Claro, y paga impuestos. Pues así es, los escritores, pintores... no quieren pagar impuestos al Estado, ah y tampoco quieren al mercado. Pero bueno, esa es la vieja guardia de Elena Poniatowska y compañía. Una nueva guardia está emergiendo, de jóvenes que no tienen miedo del mercado ni del estado, ah y tampoco de pagar impuestos. Y gracias a ellos la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Tijuana.. están viviendo un renovado aire de creación artística. (Solo pongan mexico arte contemporaneo en Google y salen 1 270 000 registros). Desde la música de Nortec hasta los cross overs de moda de Ana Elena Mallet, el arte en México no se parece en nada a la anquilosada élite de hace menos de 15 años. ¿Porqué? El parte por han perdido miedo a competir en un mundo global. Y hay ejemplos previos. Diego Rivera se decía de izquierdas leninistas, pero bien que iba a Nueva York a pintar murales, y si ejemplos anteriores buscamos está la Florencia del Renacimiento con el mecenazgo de los Medicis, una gran familia de banqueros. Hoy la juventud creativa es más congruente, y sabe que el mercado no es malo a priori, y sí puede tener muchos beneficios si se le sabe utilizar y no a la inversa. Patrick Tucker escribe en The Futurist sobre la intersección entre economía y arte. Advierte que los jóvenes artistas tendrán que crear mucho más que arte para sobrevivir en este nuevo siglo. Creo que su aviso es para todos, y eso es bueno, ya que la globalización como dice Tom Friedman en El mundo es plano nos nivela como chinos, indios.... y si nos contentamos con solo dar lo de siempre, y caro, estaremos fritos.
+ Sobre este y otros temas relativos al arte y al capitalismo vean el gran blog de Virgina Postrel, y su libro The Substance of Style no tiene desperdicio.
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