¿Por qué no? Un muy interesante texto de Fausto Antonio Ramírez en su blog en Religión Digital:
Las raíces cristianas del feminismo
13.02.08 @ 14:28:21. Archivado en Sociedad
El Consejo Pontificio para los laicos organizó del 7 al 9 de febrero un coloquio por los 20 años de la Exhortación Mulieris Dignitatem de Juan Pablo II. El feminismo en la Iglesia no parece haber calado con la intensidad que sería de esperar, habida cuenta de los avances de las sociedades modernas.
Ciertamente, la Iglesia tiene miedo del feminismo ideológico que con tanta fuerza está calando en las sociedades democráticas. Para el Presidente del Consejo Pontificio, Stanislaw Rylko, el nuevo feminismo constituye una amenaza para los fundamentos de las identidades masculina y femenina.
El problema se plantea ante el despertar de las ideologías de género, la banalización del aborto, y los nuevos modelos de familia.
El Congreso quiso que la Iglesia volviera a reapropiarse del feminismo bien entendido, es decir que no es algo que se pueda dejar en manos de las corrientes anticlericales, ya que el feminismo tiene sus fuentes en la tradición judeo-cristiana.
El coloquio dejó claro que, primero el judaísmo y luego el cristianismo, fueron los que reconocieron a la mujer una misma dignidad que la que estas tradiciones religiosas conceden al varón.
Después de los tiempos del racionalismo y de la Revolución Francesa, algunas mujeres presentaron una respuesta católica, como alternativa a la propuesta del catolicismo más intransigente, que hoy en día parece estar en boga nuevamente.
Para muchos jóvenes, la Iglesia de hoy en día es un impedimento que va en contra de su libertad, y por eso no comprenden la postura de la Iglesia frente a la fidelidad, la castidad antes del matrimonio o el aborto.
Por eso, el lenguaje de condena, que habitualmente utiliza la Iglesia, ya no es de recibo, a parte de que no sirve para nada. Hoy en día hay que saber considerar que existen otros modelos de familia estable, que nada tienen que ver con la familia tradicional compuesta por un hombre, una mujer y unos hijos.
La Iglesia no puede hacer oídos sordos a las familias monoparentales, o a las parejas homosexuales con hijos adoptados que también forman parte de la Iglesia, porque no han querido marcharse, a pesar de las palabras de exclusión y de rechazo por parte del Magisterio.
La posibilidad del diaconado femenino no debe ser un tema tabú en la Iglesia, puesto que la propia historia de la Iglesia atestigua su presencia en tiempos pasados, donde las diaconisas se ocupaban de los enfermos y reemplazaban a los sacerdotes cuando éstos no podían hacer esa labor.
¿Por qué las mujeres no podrían administrar la Unción de Enfermos, si habitualmente son las que se ocupan de los moribundos, en tantas zonas y hospitales del mundo?
Como ejemplo, baste decir lo que propuso una teóloga en el coloquio: El 80 % de los católicos del Brasil no pueden acceder a la Eucaristía el domingo. La falta de sacerdotes no lo hace posible. En aquel inmenso país, son las mujeres quienes dirigen la mayoría de las comunidades cristianas y animan las celebraciones. Esta realidad de “gobierno” femenino es actualmente una realidad incuestionable.
¿Por qué la Iglesia no quiere ver esto como una posibilidad concreta? No se trata de inventar nada, sino de asumir lo que de hecho ya es una realidad eclesial no asumida oficialmente.
El diaconado de la mujer, que de hecho ya se ejerce, pero sin potestad sacramental, debería ser asumido por la Iglesia como una buena solución para no dejar a tantos miles de católicos del Brasil, y del mundo entero, sin Eucaristía.
Mientras la Ley Natural sea el único fundamento moral de la Iglesia para determinar cómo tiene que ser el modelo de familia cristiano, no habrá avances con respecto al lugar de la mujer en la familia, en la sociedad y en la Iglesia.
Sin embargo, hoy está más que superada esta argumentación “naturalista”, y los avances sociales, por parte de la Iglesia, deberían tener en cuenta otros parámetros sociales, psicológicos, humanos y éticos para evolucionar en su pensamiento, más que superado, por las nuevas generaciones de creyentes, a las que no se pueden dejar sin respuesta, antes de que terminen de marcharse definitivamente.
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