miércoles, febrero 23, 2005

Pero... ¿pueden dos personas del mismo sexo amarse?

Ayer el Papa le anunció al mundo su nuevo enemigo, calificándolo de "ideología del mal": las parejas del mismo sexo que se casan civilmente/o están luchando por ese derecho en todo el mundo. Ante esta afirmación tan fuerte, me pregunto...¿qué diría Jesús? Si el fundador del cristianismo resumió toda la ley "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo", porqué puede la iglesia católica ver a dos personas que se aman como enemigos, como el "mal".... ¿porqué tantos sacerdotes gays se quedan callados ante lo que diga el Papa? ¿Porqué obedecen negándose a sí mismos? Miedo es la única respuesta que puedo pensar. No al Papa, sino a ellos mismos... Siendo cristiano católico - y cada vez menos Romano - creo que cuando Jesús formuló la ley hablaba del amor sin etiqueta, es decir, igual para todos, fueran heterosexuales, gays o lo que fuera.

Para tratar de buscar otras visiones, encontré este corto texto de Arturo Pérez Reverte, el autor de bellas historias como La Tabla de Flandes. Escribió un pequeño ensayo llamado "Amor gay", y dice:

"... Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminado por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado.

Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios.

Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa.

Largas adolescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad.

La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara.

Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público.

... Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno contra el otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuantos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas."

Todas las parejas deberían ir a Venecia algún día. Creo que quizá el Papa debería ir también - claro aunque quizá no tenga pareja - para ver que no todos los caminos llevan a Roma...

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