El Presidente y su patrono |
Jesús Silva-Herzog Márquez
El presidente de México tuvo a bien inaugurar el VI Encuentro Mundial de las Familias. Lo acompañó su esposa. El Presidente advirtió velozmente que, si los hijos del matrimonio no asistían a tan importante evento era porque estaban en la escuela. El encuentro es organizado por la Iglesia Católica, siguiendo una tradición inaugurada por Juan Pablo II. La presencia del presidente de México fue algo más que un acto protocolar. No fue la bienvenida de un jefe de Estado a una delegación internacional en donde la perspectiva del gobierno se hace escuchar. Las palabras de Calderón fueron la asunción plena y acrítica de la visión de la jerarquía católica. En el encuentro de familias, Calderón no habló como el presidente de México, sino como un devoto que no es capaz de distinguir su lealtad religiosa de sus responsabilidades civiles.
Para un restaurador de las formas como lo es Felipe Calderón no habrá pasado inadvertida la simbología escénica del evento. El presidente de México convertido en una presencia secundaria dentro de la iconografía religiosa. El inmenso logotipo del evento no dejaba dudas de la orientación del acto: cuatro figuras unidas por el corazón, y protegidas por una cruz. Felipe Calderón acudió al encuentro, según sus propias palabras, para encontrar inspiración. Pidió que allí surgiera un nuevo espíritu para llevar a puerto sus propósitos. El presidente de México no habló desde la neutralidad del Estado al que debe representar, sino desde la pertenencia, desde la parcialidad religiosa. El mensaje fue: soy uno de ustedes. Así, prefirió describir al país a través de la fantasía religiosa y no desde la historia. México es la tierra de María Guadalupe y de San Juan Diego, dijo. Habló de México también como la tierra de los "mártires de la persecución" y evocó a su patrono, San Felipe de Jesús. Dio gracias a los religiosos que lo educaron: los hermanos maristas, las misioneras del espíritu santo, las hermanas del verbo encarnado, a las hermanas guadalupanas del Plancarte y las misioneras del espíritu santo. Para hablar de la importancia de la familia, no encontró mejor referencia que una idea de Paulo VI y una referencia a San Pablo. El Presidente trazó una iniciativa concreta de política pública: "acercar los corazones".
La homilía de Calderón se camufló en el entorno. Podría haber sido pronunciada por cualquiera de los obispos y cardenales que asistieron al evento. La línea argumental fue idéntica: la familia tradicional como semilla del bien y portadora de los valores; el peligro de las alternativas como una lama de podredumbre moral y aun de violencia. Una familia unida, proclamó, ofrece el ámbito para el desarrollo de la justicia y la honestidad. El mal para el Presidente parece estar en esa maldita afición al divorcio y la sacrílega moda de parir hijos fuera del matrimonio. "Presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica del divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración y de reintegración, en ocasiones hacia nuevos núcleos familiares". El fenómeno le parece al Presidente "preocupante". ¿Qué le preocupa? ¿Que la legislación civil permita el divorcio? ¿Que se propicie la reintegración a nuevos núcleos familiares? ¿Le parecen inauténticas, perversas, nocivas esas reintegraciones? Lo bueno es que el enfoque del Presidente para remediar esta realidad preocupante es admirablemente lúcido. Hay que afrontar el fenómeno "desde la perspectiva de los valores".
El presidente Calderón no explicita esos valores redentores, ni esclarece el panorama que muestra tal ventana axiológica. Lo que resulta claro en su discurso es que en ningún momento apela a los valores contenidos en la Constitución que él prometió cumplir. No hay, por ejemplo ninguna palabra en defensa de la tolerancia en esa feria internacional de intransigencia. Ningún llamado a la no discriminación en un foro empeñado en maldecir la diversidad familiar y sexual. Mientras el encuentro condenaba la homosexualidad recurriendo a todos los tópicos del prejuicio, el Presidente ponderaba la tradición. El presidente del Consejo Pontificio de la Familia, el cardenal Antonelli, declaraba enfáticamente en ese foro que era "contrario a la verdad de la identidad humana y al designio de Dios vivir una experiencia homosexual, una relación de este tipo, y más aún el pretender reivindicar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Son contrarios a los verdaderos intereses de las personas y a las necesidades de la sociedad". Se atrevió el cardenal, incluso, a sugerir que la permisión de la homosexualidad está aparejada a la violencia y a la inseguridad. La afrenta a los designios naturales conduce tarde o temprano a la inestabilidad de las relaciones humanas, a la violencia y al crimen. Si el Estado no respeta el sentido natural de las relaciones personales, la peste de la violencia caerá sobre los hombres, o algo así. El argumento es una barbaridad pero puedo entender que esa intolerancia se inscriba en el dogmatismo de alguna creencia. Lo que me resulta una aberración inadmisible es el silencio de un mandatario civil ante estas posturas. Que los obispos digan misa, que se reúnan, que hagan ferias, congresos y demás encuentros. Que disfracen sus manías en la voluntad de su dios o en las prescripciones de la naturaleza. Pero las instituciones civiles sí nos representan a todos y deben actuar en consecuencia. Al Presidente le toca afirmar y defender una Constitución que levanta una muralla entre lo confesional y lo político, y que ha instaurado la no discriminación como un derecho fundamental. Tal parece que al abogado Calderón esa Constitución le importa poco.
El presidente de México tuvo a bien inaugurar el VI Encuentro Mundial de las Familias. Lo acompañó su esposa. El Presidente advirtió velozmente que, si los hijos del matrimonio no asistían a tan importante evento era porque estaban en la escuela. El encuentro es organizado por la Iglesia Católica, siguiendo una tradición inaugurada por Juan Pablo II. La presencia del presidente de México fue algo más que un acto protocolar. No fue la bienvenida de un jefe de Estado a una delegación internacional en donde la perspectiva del gobierno se hace escuchar. Las palabras de Calderón fueron la asunción plena y acrítica de la visión de la jerarquía católica. En el encuentro de familias, Calderón no habló como el presidente de México, sino como un devoto que no es capaz de distinguir su lealtad religiosa de sus responsabilidades civiles.
Para un restaurador de las formas como lo es Felipe Calderón no habrá pasado inadvertida la simbología escénica del evento. El presidente de México convertido en una presencia secundaria dentro de la iconografía religiosa. El inmenso logotipo del evento no dejaba dudas de la orientación del acto: cuatro figuras unidas por el corazón, y protegidas por una cruz. Felipe Calderón acudió al encuentro, según sus propias palabras, para encontrar inspiración. Pidió que allí surgiera un nuevo espíritu para llevar a puerto sus propósitos. El presidente de México no habló desde la neutralidad del Estado al que debe representar, sino desde la pertenencia, desde la parcialidad religiosa. El mensaje fue: soy uno de ustedes. Así, prefirió describir al país a través de la fantasía religiosa y no desde la historia. México es la tierra de María Guadalupe y de San Juan Diego, dijo. Habló de México también como la tierra de los "mártires de la persecución" y evocó a su patrono, San Felipe de Jesús. Dio gracias a los religiosos que lo educaron: los hermanos maristas, las misioneras del espíritu santo, las hermanas del verbo encarnado, a las hermanas guadalupanas del Plancarte y las misioneras del espíritu santo. Para hablar de la importancia de la familia, no encontró mejor referencia que una idea de Paulo VI y una referencia a San Pablo. El Presidente trazó una iniciativa concreta de política pública: "acercar los corazones".
La homilía de Calderón se camufló en el entorno. Podría haber sido pronunciada por cualquiera de los obispos y cardenales que asistieron al evento. La línea argumental fue idéntica: la familia tradicional como semilla del bien y portadora de los valores; el peligro de las alternativas como una lama de podredumbre moral y aun de violencia. Una familia unida, proclamó, ofrece el ámbito para el desarrollo de la justicia y la honestidad. El mal para el Presidente parece estar en esa maldita afición al divorcio y la sacrílega moda de parir hijos fuera del matrimonio. "Presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica del divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración y de reintegración, en ocasiones hacia nuevos núcleos familiares". El fenómeno le parece al Presidente "preocupante". ¿Qué le preocupa? ¿Que la legislación civil permita el divorcio? ¿Que se propicie la reintegración a nuevos núcleos familiares? ¿Le parecen inauténticas, perversas, nocivas esas reintegraciones? Lo bueno es que el enfoque del Presidente para remediar esta realidad preocupante es admirablemente lúcido. Hay que afrontar el fenómeno "desde la perspectiva de los valores".
El presidente Calderón no explicita esos valores redentores, ni esclarece el panorama que muestra tal ventana axiológica. Lo que resulta claro en su discurso es que en ningún momento apela a los valores contenidos en la Constitución que él prometió cumplir. No hay, por ejemplo ninguna palabra en defensa de la tolerancia en esa feria internacional de intransigencia. Ningún llamado a la no discriminación en un foro empeñado en maldecir la diversidad familiar y sexual. Mientras el encuentro condenaba la homosexualidad recurriendo a todos los tópicos del prejuicio, el Presidente ponderaba la tradición. El presidente del Consejo Pontificio de la Familia, el cardenal Antonelli, declaraba enfáticamente en ese foro que era "contrario a la verdad de la identidad humana y al designio de Dios vivir una experiencia homosexual, una relación de este tipo, y más aún el pretender reivindicar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Son contrarios a los verdaderos intereses de las personas y a las necesidades de la sociedad". Se atrevió el cardenal, incluso, a sugerir que la permisión de la homosexualidad está aparejada a la violencia y a la inseguridad. La afrenta a los designios naturales conduce tarde o temprano a la inestabilidad de las relaciones humanas, a la violencia y al crimen. Si el Estado no respeta el sentido natural de las relaciones personales, la peste de la violencia caerá sobre los hombres, o algo así. El argumento es una barbaridad pero puedo entender que esa intolerancia se inscriba en el dogmatismo de alguna creencia. Lo que me resulta una aberración inadmisible es el silencio de un mandatario civil ante estas posturas. Que los obispos digan misa, que se reúnan, que hagan ferias, congresos y demás encuentros. Que disfracen sus manías en la voluntad de su dios o en las prescripciones de la naturaleza. Pero las instituciones civiles sí nos representan a todos y deben actuar en consecuencia. Al Presidente le toca afirmar y defender una Constitución que levanta una muralla entre lo confesional y lo político, y que ha instaurado la no discriminación como un derecho fundamental. Tal parece que al abogado Calderón esa Constitución le importa poco.
2 comentarios:
Condeno y repruebo todo lo dicho por Jesus Silva Hersog Marquez porque él tambien esta discriminandonos s todos los que somos católicos y no comulgamos con la homosexualidad. Eso no quiere decir que este exenta de tener un hijo homosexual (yo), pero yo lo seguiré amando a mi hijo si acaso es de una diversidad sexual pero repruebo el pecado.
Y tal parece que este señor con la pura Constitución se va a salvar.
Vale.
Atentamente
Martha Pérez
Hola Martha,
Jesús Siva Herzog nunca discrimina a los católicos, por una sencilla razón. En tu argumento elaboras que ser "católico" es considerar a la homosexualidad pecado, pero el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica no considera a una persona homosexual como pecadora, ya que distingue entre la condición y el acto en sí. Y además el debate sobre el tema aún no se ha cerrado dentro de la iglesia misma. Hay muchos que afirman que la condena a la homosexualidad es previa al Evangelio, como muchas otras que Jesús no acató, como la prohibición de trabajar los sabados o la de comer mariscos (que como la de la homosexualidad, también vienen del libro del Exodo). Jesús nunca condenó a las personas homosexuales, y muchos teologos dicen que eso ayuda a interpretar como un cristiano debería comportarse frente a personas así.
Además, en otros temas, la Asociación Psiquiatrica Americana y la Organización Mundial de la Salud no consideran a la homosexualidad como enfermedad, sino como tra orientación sexual más, como lo es la heterosexualidad.
Espero esta información pueda servirte, sino te recomiendo acudas al Armario Abierto, un librería especialiada en temas de sexualidad humana, donde además sus dueños son psicólogos/sexologos de reconocido prestigio.
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