Tragedia en Querétaro
Marta LAMAS
El martes 21 de junio Octavio Acuña, un activista gay de 28 años, fue asesinado en la ciudad de Querétaro. El miércoles anterior, al finalizar una conferencia que impartí en el Centro Cultural Manuel Gómez Morín de Querétaro, en la sesión de preguntas y respuestas, Acuña relató el acoso homófobo que padecía, reveló públicamente la negativa de la Comisión Estatal de Derechos Humanos a aceptar sus denuncias, expresó su temor de posibles futuras agresiones e inquirió qué podía hacer ante tal negro panorama. Le contesté que había que insistir, una y otra vez, en la denuncia y no cejar en el activismo. Hoy su muerte confirma dolorosamente la veracidad de sus palabras, y yo lamento no haber escuchado con más cuidado su legítima preocupación.
La queretana es una sociedad conservadora. Gobierna el PAN, y varios grupos instrumentales de la jerarquía católica tienen asentados allí sus reales. Por eso me gustó la invitación que me hizo la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Me sorprendió positivamente que quisieran escucharme en un tema tan polémico como el de los derechos sexuales y reproductivos. "Los tiempos cambian", pensé, "y la democratización de mi país avanza en terrenos insospechados".
El día señalado inicié mi intervención agradeciendo el respeto a la pluralidad que significaba la invitación, y hablé de la necesidad de construir un piso común de entendimiento entre posturas opuestas. Al finalizar, una docena de periodistas con grabadoras me interrogaron sobre qué pensaba de la protesta de la diputada Raquel Jiménez (PAN), que había solicitado al presidente de la Comisión Estatal que no se efectuara la conferencia, por mi postura "pro-abortista".
Respondí que hubiera sido más productivo políticamente debatir y confrontar públicamente nuestras argumentaciones.
Lo que esa mañana viví como un gesto de apertura, en una jornada intensa y gratificante, queda ensombrecido brutalmente por el asesinato de Octavio Acuña. Y no dejo de pensar que la tragedia que le ocurrió también fue una reacción a sus palabras.
Octavio era un joven inteligente y valeroso. Comprometido en la lucha por los derechos sexuales y contra el VIH-SIDA, su interés principal era educar a los jóvenes. Había enviado a un fondo de apoyo (Semillas) un proyecto que fue seleccionado entre muchos por creativo y bien planteado. Esa misma creatividad, inteligencia y compromiso le habían ganado el respeto de la comunidad académica y de la de derechos humanos de esa ciudad. Octavio vivía con su pareja sentimental, tenía un grupo de amigos, era dueño de una pequeña empresa: su "condonería". Ahí fue asesinado, y no le hurtaron nada. La propia policía descartó el robo como móvil del asesinato. Fue llanamente un crimen de odio.
¿Qué fue lo que hizo para merecer esa muerte? Existir y asumir abiertamente su orientación sexual; decir públicamente que en Querétaro se hostigaba y agredía a la gente gay; reiterar que la Comisión Estatal no había aceptado su denuncia. Tal vez más que preguntarnos cómo es posible que algún fundamentalista se haya sentido tan asustado/ofendido por la orientación sexual de otra persona como para matarla, lo que habría que esclarecer es más inquietante: ¿por qué un crimen de este tipo no suscita un escándalo nacional?
En enero del 2004, en Francia, un grupo de homófobos le lanzó gasolina a Sebastián Nouchet, un hombre que vivía en pareja con otro hombre, y lo quemó. Por fortuna, sobrevivió a las quemaduras y se convirtió en un emblema de la lucha contra la homofobia, al grado de que el conservador presidente Jacques Chirac le escribió una carta de apoyo durante su convalecencia. ¿Qué ha hecho, no digamos ya el Presidente Fox, sino la autoridad gubernamental de Querétaro? ¿Cómo es posible que no exprese públicamente su repudio a lo ocurrido, que no ofrezca protección a la pareja sentimental de Acuña, también en riesgo? ¿Qué no sabe acaso que quienes callan se vuelven cómplices? ¿Cómo es posible tal desinterés por los derechos humanos? ¿En qué país vivimos?
En México no se comprende qué es la orientación sexual y, por lo tanto, tampoco se combate decididamente la homofobia. El mecanismo del impulso homófobo violento nace de una compleja relación que se establece entre miedo y diferencia. Por eso se interpreta esta conducta discriminatoria y agresiva como una manifestación sintomática de sentimientos contradictorios, temores y fantasías. Muchas personas no pueden soportar la incomodidad, la atracción y el rechazo que les surgen ante la diferencia de orientación sexual, y viven esas sensaciones como una amenaza a su integridad emocional. Por eso su respuesta a la diferencia es la agresión, incluso la destrucción, de quien ha podido hacerlos sentir emociones intolerables.
Como las personas no cambian a voluntad los mecanismos inconscientes que motivan sus conductas agresivas, resulta imprescindible formular leyes muy claras que castiguen duramente la homofobia. Pero dichas leyes tienen que ir acompañadas de un debate público y de campañas de comunicación social que impulsen la reflexión sobre la irracionalidad de la homofobia. Sin duda la ignorancia general sobre la sexualidad humana juega un papel determinante en los impulsos que llevan a agredir/discriminar a otra persona sólo porque su objeto erótico es distinto del propio. Pero la información científica transforma las creencias, y México no puede sustraerse a la internacionalización de dicha información.
Hoy en día los valores sexuales defendibles en la agenda política democrática son, a nivel internacional, el respeto a la diversidad sexual, el consentimiento mutuo y la responsabilidad para con la pareja. Si esta pareja tiene cuerpo de hombre o de mujer es irrelevante. Lo fundamental es que haya respeto, consentimiento mutuo y responsabilidad. Por eso defender la diversidad sexual implica defender la vida democrática de nuestra sociedad. Y como el proyecto democrático, por sí solo, no genera las condiciones para que exista respeto a la diversidad sexual, es necesario impulsar ciertos acuerdos sociales que eduquen contra la homofobia, impidan la discriminación y contengan los actos agresivos.
Por eso es urgente establecer políticas públicas eficaces, preventivas y remediales contra la homofobia. Éstas requieren la acción interconectada de tres factores: leyes específicas, análisis multidisciplinarios y debate público.
El asesinato de Octavio Acuña debería marcar un giro en el tratamiento legal de la homofobia. Algo indispensable sería que las autoridades de Querétaro garantizaran una investigación judicial sin prejuicios homofóbicos, e invitaran a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) a vigilar el proceso. Contra las fobias y las intolerancias criminales sólo se pueden alzar la ley y el repudio de la sociedad.
1 comentario:
Realmente es indignante y triste saber a que estan expuestos seres humanos solo por atreverse a "ser" y no solo parecer...veía en estos días una película sobre el exterminio de judios a manos de los nazis...ellos no eran mejores que los judios,los heterosexuales tampoco son mejores que la comunidad de lesbianas y gays ...
Es mejor aquel que es capar de amar a su hermano ...como decir que amamos a Dios que no vemos si odiamos,matamos a nuestro prójimo a quien deberiamos amar igual que que a nosotros mismos.Si la excusa es un tema de moral o religioso cabe recordar que Dios ha dicho "mía es la venganza" ;él es el unico juez probo,no un grupo de fanaticos.Los complices de este asesinato ya deben estar pagando su culpa...Octavio Acuña nunca morirá ,su asesino jamás ha vivido.
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