Un oportuno y claro artículo de Juan Pardinas hoy en Reforma:
¿Accidente? |
Juan E. Pardinas
En el año 2001, la revista British Medical Journal prohibió el uso de la palabra "accidente" dentro de los textos que publica. La prestigiada revista científica afirmaba que el término accidente crea la percepción de un hecho impredecible y por lo tanto inevitable. Para una persona religiosa los accidentes son caprichos de Dios, para un individuo no creyente son contingencias del destino. Devotos y ateos manifiestan una resignación impotente frente a los acontecimientos imposibles de anticipar. La publicación médica decidió establecer un criterio de uso del lenguaje donde se debería remplazar el término de "accidente automovilístico" por el de "choque o colisión automovilística". El argumento detrás de la selección de palabras es que la gran mayoría de los accidentes no son fatalidades provocadas por el azar, sino por la acción u omisión humana. La posibilidad de equivocarnos es uno de los rasgos inherentes de nuestra naturaleza. Sin embargo hay equivocaciones que se pueden anticipar, controlar y prevenir.
Describir la tragedia de aviación del martes pasado como un accidente es una cuidadosa y delicada selección de palabras. El uso del término nos remite a un error humano o mecánico que cegó la vida de 14 personas y cimbró la estabilidad política del país. Accidente es un sustantivo políticamente neutro, una catástrofe aislada del escenario de violencia que padece México. La hipótesis del accidente desvincula el desastre aéreo de la fragilidad de las instituciones nacionales y de la fuerza sanguinaria del crimen organizado.
Gobernar es comunicar. Si la evidencia demuestra que el siniestro fue una desgracia involuntaria, el gobierno de Felipe Calderón tendrá en sus manos el mayor desafío de comunicación social en el sexenio. La sociedad mexicana padece un déficit crónico de credibilidad. Somos clientes preferenciales de las teorías de la conspiración. El escepticismo colectivo tiene raíces profundas en la psique y en la historia. Además, en la era de You Tube es casi imposible construir verdades oficiales. Cada persona con un teléfono se transforma en un camarógrafo. Cada testigo puede transmitir al mundo su versión de los hechos. Los rumores ya no se contagian con la lentitud de la comunicación de boca a boca, sino a la velocidad instantánea de Facebook y el correo electrónico. Los peritos extranjeros aportarán no sólo sus conocimientos técnicos sino su legitimidad sobre los resultados de la investigación. La intervención de Washington y Londres busca contrarrestar la cultura del sospechosismo.
¿Fue un accidente? Los editores del British Medical Journal dirían que no. Si el jet donde viajaba el secretario de Gobernación se desplomó a causa de una turbulencia provocada por el avión de adelante, la tragedia se pudo haber evitado. Según la información disponible, los controladores de vuelo y el piloto siguieron los protocolos establecidos para aproximarse al aeropuerto de la Ciudad de México. Al parecer, las normas de seguridad aérea nacionales son más laxas que las regulaciones internacionales. De acuerdo a una entrevista en el noticiero de radio de José Cárdenas, las distancias mínimas entre una aeronave y otra son distintas en México y Estados Unidos. Lo que aquí consideramos tolerable, haya se percibe como peligroso.
La congestión en los cielos de la Ciudad de México y la limitada infraestructura aeroportuaria no sólo implican un problema de logística y desarrollo económico, sino un riesgo de vida o muerte. Los habitantes del Distrito Federal estamos acostumbrados a tener cientos de aviones volando sobre nuestras cabezas todos los días. Ese tráfico es resultado de la mala planeación urbana y la falta de decisión política para construir un nuevo aeropuerto. A esto no le podemos llamar un accidente, sino una dilatada sucesión de negligencias.
En el año 2001, la revista British Medical Journal prohibió el uso de la palabra "accidente" dentro de los textos que publica. La prestigiada revista científica afirmaba que el término accidente crea la percepción de un hecho impredecible y por lo tanto inevitable. Para una persona religiosa los accidentes son caprichos de Dios, para un individuo no creyente son contingencias del destino. Devotos y ateos manifiestan una resignación impotente frente a los acontecimientos imposibles de anticipar. La publicación médica decidió establecer un criterio de uso del lenguaje donde se debería remplazar el término de "accidente automovilístico" por el de "choque o colisión automovilística". El argumento detrás de la selección de palabras es que la gran mayoría de los accidentes no son fatalidades provocadas por el azar, sino por la acción u omisión humana. La posibilidad de equivocarnos es uno de los rasgos inherentes de nuestra naturaleza. Sin embargo hay equivocaciones que se pueden anticipar, controlar y prevenir.
Describir la tragedia de aviación del martes pasado como un accidente es una cuidadosa y delicada selección de palabras. El uso del término nos remite a un error humano o mecánico que cegó la vida de 14 personas y cimbró la estabilidad política del país. Accidente es un sustantivo políticamente neutro, una catástrofe aislada del escenario de violencia que padece México. La hipótesis del accidente desvincula el desastre aéreo de la fragilidad de las instituciones nacionales y de la fuerza sanguinaria del crimen organizado.
Gobernar es comunicar. Si la evidencia demuestra que el siniestro fue una desgracia involuntaria, el gobierno de Felipe Calderón tendrá en sus manos el mayor desafío de comunicación social en el sexenio. La sociedad mexicana padece un déficit crónico de credibilidad. Somos clientes preferenciales de las teorías de la conspiración. El escepticismo colectivo tiene raíces profundas en la psique y en la historia. Además, en la era de You Tube es casi imposible construir verdades oficiales. Cada persona con un teléfono se transforma en un camarógrafo. Cada testigo puede transmitir al mundo su versión de los hechos. Los rumores ya no se contagian con la lentitud de la comunicación de boca a boca, sino a la velocidad instantánea de Facebook y el correo electrónico. Los peritos extranjeros aportarán no sólo sus conocimientos técnicos sino su legitimidad sobre los resultados de la investigación. La intervención de Washington y Londres busca contrarrestar la cultura del sospechosismo.
¿Fue un accidente? Los editores del British Medical Journal dirían que no. Si el jet donde viajaba el secretario de Gobernación se desplomó a causa de una turbulencia provocada por el avión de adelante, la tragedia se pudo haber evitado. Según la información disponible, los controladores de vuelo y el piloto siguieron los protocolos establecidos para aproximarse al aeropuerto de la Ciudad de México. Al parecer, las normas de seguridad aérea nacionales son más laxas que las regulaciones internacionales. De acuerdo a una entrevista en el noticiero de radio de José Cárdenas, las distancias mínimas entre una aeronave y otra son distintas en México y Estados Unidos. Lo que aquí consideramos tolerable, haya se percibe como peligroso.
La congestión en los cielos de la Ciudad de México y la limitada infraestructura aeroportuaria no sólo implican un problema de logística y desarrollo económico, sino un riesgo de vida o muerte. Los habitantes del Distrito Federal estamos acostumbrados a tener cientos de aviones volando sobre nuestras cabezas todos los días. Ese tráfico es resultado de la mala planeación urbana y la falta de decisión política para construir un nuevo aeropuerto. A esto no le podemos llamar un accidente, sino una dilatada sucesión de negligencias.
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