La locura
Los intelectuales orgánicos se incorporan a la masa que obedece ciegamente consignas sin medir las consecuencias. Perdieron la elección y la razón
La lucha por el poder tiene características que en ocasiones derivan en la pérdida de la razón y en una abstracción de la realidad propia del pensamiento totalitario. La derrota en un proceso electoral enormemente competido pone a prueba las instituciones de la democracia, pero también el temple y la responsabilidad de aquellos políticos que, sintiéndose seguros ganadores, se ven obligados a enfrentar una realidad adversa. La candidatura de López Obrador se fue construyendo desde el 2000, cuando su triunfo en la capital del país se combinaba con una derrota estrepitosa de Cuauhtémoc Cárdenas y con ello concluía el dominio de éste sobre su partido.
Toda la gestión de Andrés Manuel al frente del Distrito Federal estuvo guiada por la lógica de la candidatura presidencial. Las críticas a Fox, la construcción del segundo piso del periférico junto con una buena dosis de corrupción por parte de los constructores, su defensa frente a los videoescándalos, los apoyos a traficantes de arte convertidos en beneficiarios del presupuesto capitalino, y el desprecio por la ley en el caso del desafuero, todos y cada uno de estos eventos tenían en la mente de AMLO un solo objetivo: la Presidencia de la República. Poco a poco, fue copando los espacios dentro de su partido, convirtiendo el asunto de los videoescándalos en el instrumento idóneo para deshacerse de sus oponentes cardenistas, especialmente Rosario Robles.
De una u otra forma, Andrés Manuel se convirtió en el único factor de poder dentro y fuera del PRD. La torpe estrategia del gobierno de Fox al enfrentar el asunto del desafuero, no sólo reforzó la popularidad del tabasqueño, sino abrió las puertas de un proceso de gran riesgo para la sociedad mexicana en su conjunto: la construcción del culto a la personalidad y el martirio como proyecto político personal. A partir de este momento, la separación de la realidad se fue produciendo paso a paso. La teoría de la conspiración fue sustituyendo al principio fundamental de la lucha política en donde los adversarios hacen todo lo posible por desacreditar uno a otro, para finalmente llegar a acuerdos a partir de los resultados obtenidos en las elecciones.
Las fuerzas del bien, construidas alrededor de López Obrador, se enfrentaron una y otra vez a la conspiración de la derecha, Salinas, los ricos encabezados por Roberto Hernández, los medios de comunicación controlados por los privilegiados (a excepción de La Jornada, quien diariamente expresa la pureza de la verdad revelada por el caudillo) quienes, en un acuerdo secreto, pactaron la destrucción del representante de los pobres. Este pensamiento, que recuerda la lógica del nazismo y el estalinismo, tuvo su punto más álgido en el momento en que la elección presidencial le fue adversa al caudillo por menos de un punto porcentual.
En ese momento, a los conspiradores anteriores se les unieron los encuestadores, el IFE, los funcionarios y los propios representantes del PRD en las casillas, todos los comunicadores no dispuestos a repetir la consigna del fraude electoral, y próximamente el Tribunal Electoral.
La masa convocada en el zócalo, inflamada por el discurso del caudillo que le habla, le pregunta y recibe siempre la respuesta adecuada a sus deseos, entra en el proceso de enloquecimiento total. A este fenómeno de delirio colectivo, hay que incorporar a los intelectuales orgánicos incapaces de discernir entre la realidad y el deseo propio, y quienes, al carecer del más mínimo sentido de la crítica, se unen al coro de creyentes dispuestos a ofrendar su conciencia por la causa. En este escenario no hay lugar para aceptar responsabilidad alguna. Los que atacaron físicamente a Calderón lo hicieron, o por culpa del propio candidato de la derecha, quien no acepta el recuento voto por voto, o porque eran agentes infiltrados del enemigo.
Los mismos argumentos de los nazis cuando incendiaron el Reichstag y culparon a los comunistas. La locura ha llegado y puede destruirnos.
Los intelectuales orgánicos se incorporan a la masa que obedece ciegamente consignas sin medir las consecuencias. Perdieron la elección y la razón
La lucha por el poder tiene características que en ocasiones derivan en la pérdida de la razón y en una abstracción de la realidad propia del pensamiento totalitario. La derrota en un proceso electoral enormemente competido pone a prueba las instituciones de la democracia, pero también el temple y la responsabilidad de aquellos políticos que, sintiéndose seguros ganadores, se ven obligados a enfrentar una realidad adversa. La candidatura de López Obrador se fue construyendo desde el 2000, cuando su triunfo en la capital del país se combinaba con una derrota estrepitosa de Cuauhtémoc Cárdenas y con ello concluía el dominio de éste sobre su partido.
Toda la gestión de Andrés Manuel al frente del Distrito Federal estuvo guiada por la lógica de la candidatura presidencial. Las críticas a Fox, la construcción del segundo piso del periférico junto con una buena dosis de corrupción por parte de los constructores, su defensa frente a los videoescándalos, los apoyos a traficantes de arte convertidos en beneficiarios del presupuesto capitalino, y el desprecio por la ley en el caso del desafuero, todos y cada uno de estos eventos tenían en la mente de AMLO un solo objetivo: la Presidencia de la República. Poco a poco, fue copando los espacios dentro de su partido, convirtiendo el asunto de los videoescándalos en el instrumento idóneo para deshacerse de sus oponentes cardenistas, especialmente Rosario Robles.
De una u otra forma, Andrés Manuel se convirtió en el único factor de poder dentro y fuera del PRD. La torpe estrategia del gobierno de Fox al enfrentar el asunto del desafuero, no sólo reforzó la popularidad del tabasqueño, sino abrió las puertas de un proceso de gran riesgo para la sociedad mexicana en su conjunto: la construcción del culto a la personalidad y el martirio como proyecto político personal. A partir de este momento, la separación de la realidad se fue produciendo paso a paso. La teoría de la conspiración fue sustituyendo al principio fundamental de la lucha política en donde los adversarios hacen todo lo posible por desacreditar uno a otro, para finalmente llegar a acuerdos a partir de los resultados obtenidos en las elecciones.
Las fuerzas del bien, construidas alrededor de López Obrador, se enfrentaron una y otra vez a la conspiración de la derecha, Salinas, los ricos encabezados por Roberto Hernández, los medios de comunicación controlados por los privilegiados (a excepción de La Jornada, quien diariamente expresa la pureza de la verdad revelada por el caudillo) quienes, en un acuerdo secreto, pactaron la destrucción del representante de los pobres. Este pensamiento, que recuerda la lógica del nazismo y el estalinismo, tuvo su punto más álgido en el momento en que la elección presidencial le fue adversa al caudillo por menos de un punto porcentual.
En ese momento, a los conspiradores anteriores se les unieron los encuestadores, el IFE, los funcionarios y los propios representantes del PRD en las casillas, todos los comunicadores no dispuestos a repetir la consigna del fraude electoral, y próximamente el Tribunal Electoral.
La masa convocada en el zócalo, inflamada por el discurso del caudillo que le habla, le pregunta y recibe siempre la respuesta adecuada a sus deseos, entra en el proceso de enloquecimiento total. A este fenómeno de delirio colectivo, hay que incorporar a los intelectuales orgánicos incapaces de discernir entre la realidad y el deseo propio, y quienes, al carecer del más mínimo sentido de la crítica, se unen al coro de creyentes dispuestos a ofrendar su conciencia por la causa. En este escenario no hay lugar para aceptar responsabilidad alguna. Los que atacaron físicamente a Calderón lo hicieron, o por culpa del propio candidato de la derecha, quien no acepta el recuento voto por voto, o porque eran agentes infiltrados del enemigo.
Los mismos argumentos de los nazis cuando incendiaron el Reichstag y culparon a los comunistas. La locura ha llegado y puede destruirnos.
3 comentarios:
Tan mal es creer a ojos vista a la Jornada como hacerlo con Reforma, lo que un diario diga no es por ese solo hecho "honesto". Un editorialista puede expresar su opinion pero nunca deberia mentir, Sin embargo si lo hace uno tiene el deber de verificar lo que dice antes de considerarlo verdad. Aqui les va otra cuenta, yo no vivo en el df asi que para mi ambas tienen el beneficio de la duda y nada mas hasta que pueda yo mismo verificarlas
El Zócalo capitalino tiene una superficie de 44,000 mts2 (no son 34 mil como afirma el “analista político”, primer error que asumo fué involuntario), esto incluye las aceras y portales, no incluye la parte cercada del atrio de Catedral ni el arroyo de la calle que rodea al Zócalo, cuyas áreas también cuentan, y mucho.
El afirma además, que para el templete y el camino que se dejó para que pasara el candidato se utilizó el 20% del área, y asumiendo que fueran 34 mil mts2 (y que repito, son más), entonces utilizaron 6,800 mts2 para este fin, o sea, 3/4 de hectárea sólo para “templete y caminito”, no pues sí, ya me la creí, un templete GRANDE, ENOOOOOORME no pasa de tener 200 mts2, y la verdad estoy exagerando (segundo error que ya no creo que sea tan involuntario del pseudo analista que se dice ser dueño de la “verdad matemática absoluta” y casi casi compdre de Pitágoras).
Además el citado “caminito” para abrir paso a los oradores no pasa de tener un ancho de 3 o 3.5 mts y un largo de 60 mts ya que NO atraviesa los 220 metros de largo que mide el Zócalo, lo cual nos da 180 mts de área resrvada para que pasaran los oradores, (tercer error que ya raya en el cinismo descarado de Don Sergio).
Y menciona además que en un mt2 caben máximo 4 personas, eso, estimados blogueros, tal vez suceda en un MUY BUEN mitin de Calderón, pero resulta que muy apretadas y a punto de asfixia como ha sucedido, en un mt2 de los mitines de López Obrador caben 11 personas, y así ha sido, me consta, no puede uno ni moverse, en serio.
En las calles aledañas al Zócalo y en el Paseo de la Reforma repetimos el ejercicio, pero sin el alogaritmo de Hildebrando (por favor Sr. Sarmiento) y tal vez había, entre todas las calles además de las que le faltó mencionar que también estaban a reventar, unos 400 mil asistentes, más 600 mil que caben en el Zócalo, incluídos los arroyos de la calle que lo circundan más el atrio de la Catedral.
Total, para no hacerla más cansada que como la hizo este pseudo periodista y después de haberlo desenmascarado, según mis cuentas, las reales, y con temor a equivocarme porque la verdad es que era un chingo de gente, a mi me sale el millón “flat”, pero sigo pensando que había mucho más.
Oops lo lamento esta era la cuenta con respecto a lo que publicaste del conteo de Sarmiento.
Un saludo y como digo se vale equivocarse (y retractarse en su caso) pero no mentir
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