ArquiTextos / Koolhaas en México
Miquel Adriá
1. Un rascacielos de una de las figuras más relevantes del panorama contemporáneo sería una buena noticia, tanto para la arquitectura como para la ciudad. Si bien la confianza en el efecto Guggenheim se ha esfumado con las piruetas que siguieron al museo que Gerhy construyó en Bilbao, el impacto de una obra singular de una de las estrellas más controvertidas del universo arquitectónico podría llegar a ser un estímulo para una cultura ensimismada y endógena. Sin embargo, la estación de servicio que se vería afectada, proyectada por Kaspé en 1948, es su obra más notable. La rampa vehicular, perpetuada por el fotógrafo Guillermo Zamora, forma parte de la memoria colectiva de la arquitectura de mitad del siglo pasado. Decía Oriol Bohigas que "no se debería proteger nada. Las ciudades deberían seguir construyendo sobre sus catedrales". Sin ser tan categórico, diría que la discusión no debería basarse en la defensa de una obra singular de la modernidad. Quizá su mejor faceta (como la de Marilyn Monroe) sea la que ya quedó impresa en blanco y negro, en lugar de agonizar entre el abandono y el deterioro previsible, dado su carácter obsoleto.
2. El discurso trasgresor de Koolhaas sobre la ciudad ha detonado todo tipo de lecturas, en muchas ocasiones esquemáticas. Sin embargo, algunos de sus edificios no sólo refuerzan la estructura urbana de ciudades como Berlín, Oporto, Seattle o Beijing, sino que sus nuevos íconos se han convertido en referencia obligada de sus respectivas sedes. Oporto o Beijing ya no son lo que eran: son más, con la Casa de Música lusa o la sede de la televisión china. No creo que se pueda tratar de defender el modelo de una ciudad equilibrada y cohesionada en una metrópolis policéntrica como la mexicana, que en buena medida se vertebra con hitos como el que ahora se propone. Por discusiones de este tipo se frustró uno de los mejores proyectos de González de León en Cuicuilco, permitiendo construir en su lugar un volumen torpe y anodino.
3. Lo obsceno del caso es usar el valor de cambio de una estrella de la arquitectura -de una marca registrada- para que el gran capital pueda conseguir prebendas de las autoridades, hipnotizados por el valor mágico y regenerador de un falo de autor. El impacto en la vialidad y en la zona de la nueva torre quebrada que propone Rem Koolhaas es proporcional a su altura. La habilidad de los inversionistas en servir a los políticos una torre que celebre el bicentenario, exacerbando la vanidad de los que se imaginan en tronos futuros, no hace más exhibir -como apuntaba Deyan Sudjic- una arquitectura convertida en representación del poder y arma propagandística.
Proponer el edificio más alto de la Ciudad de México y de Latinoamérica debería ir acompañado de acciones urbanas y medioambientales que mejoraran la zona impactada, y de una campaña de comunicación que no dejara dudas sobre sus virtudes, en lugar de aprovechar su valor de cambio para conseguir tratos de favor. Si tanto poder tiene el dinero globalizado, bien podría encontrar un terreno más adecuado. Y si algún poder y algún criterio tienen los gobiernos que lidian en protagonismo mediático, deberían facilitar estas acciones para conseguir, a cambio de una mayor edificabilidad, mejoras urbanas que se tradujeran en espacio público.