No solo se llama "presidente legítimo", sino que ahora, copiando la conducta de otros hombres de talantes autoritario, desde Napoleón Bonaparte hasta Franco y Hitler: atacar la República atacando su corazón mismo, el parlamento. En un cruel juego del destino ayer Andrés Manuel López Obrador dijo lo impensable: que el Congreso es un peligro para México. Atacar al Presidente no es atacar al corazón de la República, ya que presidentes vienen y van. Muchos mueren en funciones - o hasta son asesinados - pero la República puede seguir. Pero atacar al Congreso, es terminar con la República, y es la llegada del autoritarismo. La verdadera cara de López Obrador, hoy despreciando al Congreso y su pluralidad. Triste, siendo que la segunda fuerza del parlamento mexicano es del PRD, y que vale recordar, sus diputados fueron electos en la misma jornada electoral en la que se eligió presidente. Los diputados y senadores del PRD aceptaron sentarse en sus curules, pero aún no reconocen al presidente constitucional. Y ahora su caudillo, no solo desconoce a Calderón, ahora tilda a sus mismos legisladores de "peligrosos". La paranoia parece no tener límites. Y afirma que el Congreso es un "peligro" porque hace su trabajo: nuevas leyes. El no quiere que ninguna ley cambie. ¿Alguien recuerda de qué año es la ley laboral mexicana? Digamos que no concuerda precisamente con lo que sucede en una economía global. ¿Alguién no quiere leyes más modernas en temas de ciencia, tecnología, nuevos derechos sociales? López Obrador es un conservador, le teme al Congreso, porque como Hugo Chávez, no es suyo, ya que es plural, y afortunamente así es. Copio el texto de mi profesor de periodismo en la Ibero, el siempre agudo Carlos Marín en Milenio Diario:
¿Qué le pasa a López Obrador?
Cuánto resintió (y debe haberle costado en votos) Andrés Manuel López Obrador la insidiosa campaña de la derecha cuando se le satanizó como “un peligro para México”.
Por eso acalambra que sea él quien ahora le endilgue a las cámaras de Diputados y Senadores el mismo adjetivo que, sin embargo, hace juego con su desafortunada y desesperada consigna: “¡Al diablo con las instituciones!”.
Dijo en Puebla:
“Cuando hay sesiones en las cámaras, cuando es periodo ordinario, me mantengo con preocupación: estoy esperando que termine el periodo ordinario y que se vayan; que nada más quede la Permanente, porque ésta no pude llevar a cabo ninguna reforma constitucional”. Y hay diputados del Frente Amplio Progresista que, cuando les dice eso, “preguntan: ‘¿Cómo, si somos legisladores?’ Pues sí, les respondo, esa cámara es un peligro… las dos. Porque todas las iniciativas son para dar marcha atrás a lo que se ha logrado”.
Mal, muy mal debe estar pasándola el “presidente legítimo” de la “República” patito, que debiera estar feliz por haberse impuesto a la maltrecha democracia interna del PRD, haciendo prevalecer su caciquil voluntad sobre los resolutivos del décimo congreso.
Tan mal que arremete de nuevo contra la libertad de expresión.
Con la sobada falacia (¿pues no era él quien recordaba la receta de que una mentira mil veces repetida se vuelve “verdad”, del ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels?) de que sufre un “bloqueo informativo”, dijo que para las dos principales televisoras él no existe.
Intolerante, refractario a la crítica, reavivó el rencor que lo escuece desde hace más de un año en que Adela Micha, Denise Maerker, Carlos Loret de Mola, Joaquín López-Dóriga, Ciro Gómez Leyva y el autor de estas líneas coincidieron en Tercer Grado en que, más allá de “campañas sucias”, torpezas de consejeros del IFE y equivocaciones en las actas de escrutinio, no hubo fraude electoral; Felipe Calderón ganó las elecciones y López Obrador sabe esto desde la tarde-noche del 2 de julio de 2006.
Pero el tabasqueño, cual jalisquillo, nunca pierde y jamás perdona:
Las televisoras, continúa mintiendo, se ocupan de él “sólo cuando se trata de atacarme. Trataron de ignorarme pero, como no lo lograron, vuelven otra vez al ataque con mesas redondas como las de los miércoles en Televisa”.
No concibe que periodistas libres platiquen sin más ataduras que sus propias limitaciones, y digan con libertad lo que creen saber y lo que piensan.
Debiera ver algo más que la tele, porque también se informa de él y se le critica en los demás medios, inclusive en sus consentidos.
Los grandes estadistas leen, y mucho: diarios y revistas, claro, pero sobre todo libros.
Para abrir boca se le recomienda Juárez y su México, de Ralph Roeder, y el artículo La izquierda: ¿todo es pragmatismo?, de Carlos Monsiváis.
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